martes, 10 de marzo de 2015

Siéntate y siente.

Me siento un vez más frente a mi portátil, con la esperanza de ser capaz de escribir algo que tenga sentido, y una vez más acabo irritado conmigo mismo viendo que ninguna idea surge en mi mente.
Me siento impotente frente a un teclado que dispone para mi todas esas letras para que yo las una y componga una nueva historia.

Me siento en la banqueta de la cocina, una vez más, resignado y habiéndolo hecho ya dos veces antes, voy a probar si eso de a la tercera va la vencida se cumple o no. Mantengo la esperanza de que algún sabor me transporte a un mundo nuevo y oculto que espera con ansias mi llegada para narrar sus miles de historias. Pero no, sigo en mi cocina, bebiendo un vaso de agua para ayudar a pasar ese trozo de pan rebelde que se niega a bajar de mi garganta.
Me siento inundado de rabia, las horas van pasando en el reloj y la hoja sigue en blanco mirándome desolada, ella tan solo quiere contener una historia para no sentirse tan vacía e inútil en este mundo lleno de acción.

Me siento, esta vez en el borde de la piscina, poniendo mis pies a remojo y notando como un escalofrío empieza a nacer en la punta de un dedo, creciendo, subiendo por mi pierna, recorriendo mi espalda y muriendo en mi nuca.
Me siento decepcionado, no puedo entender porque mi cerebro disfruta tanto de torturarme con esas ganas de escribir para luego dejarme vacío de ideas en cuanto decido complacerle.




miércoles, 4 de marzo de 2015

Despertar

Volvió a abrir los ojos y todo seguía igual, nada había cambiado. Habían pasado cinco años desde que los ojos se habían cerrado y no se había dado cuenta. En el transcurso de todos esos años había dejado que los demás fueran marcando el camino a seguir, como haría un buen perro guía. Y así sin darse cuenta paso tras paso avanzaba sin saber a donde se dirigía, arrastrado por la corriente. Pero ahora eso había cambiado, por fin era consciente de todo.
No era débil, no estaba confundido y mucho menos estaba perdido. Por fin sabía quien era, se acabaron las sonrisas falsas, las preocupaciones por cosas que ni le interesaban, ¿cómo se había podido llegar a autoengañar de tal manera?
Era el momento, el punto de inflexión, sabía que le había llevado a ese punto y los errores que no estaba dispuesto a repetir. El camino a seguir era claro, por fin feliz, iba a dar el paso y luchar hasta conseguir su meta, no la de los demás.
Un paso, dos pasos, de pronto le deslumbran. Alza la vista. El coche le arrolla. Le cuesta respirar, una gota deslizándose por sus labios y un sabor metálico en su paladar. No puede moverse, todo se llena de gente gritando. Cierra los ojos.